Huseyin (Vedat Erincin) es el hilo y motor conductor de esta historia que hace atravesar a una familia medio continente con el único propósito de conocer sus raíces. Contada a dos tiempos, va de Alemania a Turquía en presente y al contrario para el pasado. Repartos distintos, similares localizaciones y el exilio de una familia en común.
Tal vez buscando la gloria de otros tiempos -el tiempo de Fellini, por ejemplo-, Samderelli hace memoria con la memoria (disculpe la redundancia) de muchos ciudadanos alemanes hoy, turcos en otro tiempo que puede parecer lejanísimo, pero que no lo es. Resulta correcta e incluso necesaria la reflexión que propone. Una llamada de atención, una reivindicación del lugar de donde se procede; una afirmación del propio origen. En este caso, ese origen choca frontalmente con la realidad en la que viven las generaciones posteriores al protagonista. Turquía, la Turquía profunda y nada europea, musulmana y de tradiciones severas, de la que Huseyin se ve obligado a escapar para poder mantener a su familia; y una Alemania adelantada a todo eso, industrializada antes y ahora. Un pedazo de tierra prometida es el motivo de ese viaje que emprende una familia que, de no ser por sus nombres y apellidos, o por el color moreno de su piel, está absolutamente integrada en la cultura germánica y tiene considerablemente olvidadas sus raíces. Huseyin quiere que su nieto, Cenk (Rafael Koussouris) consiga identificarse y centrar su procedencia; saber en qué equipo quiere jugar.
El medio para conectar con el espectador no es sencillo. No acude al pesimismo, a lo trágico que supone abandonarlo todo para partir de cero. Samderelli se ríe de sus propias desgracias. El contraste usado como arma cómica. El impacto de conocer algo más allá que las paredes de la propia casa, entendida como una frontera cultural anchísima. El modo en que aborda la religión es una demostración de autocrítica, de lo alejados que estamos los unos de los otros. De la inocencia de ser educados en un marco sociocultural determinado y pensar que jamás saldremos de ahí. Pasa esta cinta por una serie de detalles que a simple vista, esta historia podía no contar. Se disfruta con especial intensidad la llegada de los hijos de Huseyin a Alemania por primera vez, el montaje es fabuloso. Tal vez, el tramo de la película que goza de mayor ritmo. Al mismo tiempo que se permite la inclusión de instantes algo fantasiosos, como aquellos de la Coca-Cola, o muchos de los diálogos hiperactivos que intercambian los menores.
Todo aquello positivo y digno de una reflexión jugosa pertenece a la primera parte de la película. Sustentar este planteamiento entretenido y didáctico iba a resultar complicado. Se veía venir. Una vez que el patriarca logra trasladar a su familia a su tierra natal, el tema se va desinflando hasta dejar ver lo predecible de la trama; lo cual, había dejado de importarnos con las primeras tres carcajadas y alguna sonrisa complaciente. Se vuelve en su contra la manera fácil de solucionar el final; un canto al amor fraternal, paterno-filial y demás conductos que buscan dejar un recado de unidad familiar y de integración que se hace un tanto empalagoso.
Lo peor: un exceso de amabilidad
Nota: 6.5
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