Blancanieves (Lily Collins), marginada y maltratada por la Reina (Julia Roberts), sale del castillo para observar las condiciones lamentables en las que se encuentra su pueblo. Ella es la única capaz de cambiar la terrible situación y tomar el puesto que le corresponde en la realeza. Mientras, su bella y despiadada madrastra solamente piensa en estrechar lazos con el apuesto Príncipe, encandilado en realidad por la joven princesa.
La propuesta es ambiciosa. El color casi atraviesa la pantalla, el vestuario majestuoso, la belleza sin igual. Singh lanza esta película como una flecha directa a su diana, la taquilla.
Tampoco es de extrañar esta puesta en escena. Ya vimos las maneras con las que apuntaba en La Celda y The Fall: El sueño de Alexandria. Sin embargo, ahora la cosa es bien distinta. El argumento es bien conocido por todos y extremadamente atractivo, y ha sido el primero en colar su película en los cines. - Las otras dos son Blancanieves y la Leyenda del Cazador (Rupert Sanders) y la española Blancanieves, de Pablo Berger-.
En cualquier caso, no esperen ver el tradicional cuento al uso. Todo lo que conocemos de esta historia son sólo destellos en este film. Parece que los autores del guión, Melissa Wallack y Jason Keller, hubieran cogido acontecimiento por acontecimiento de la Blancanieves arquetípica, y le hubieran dado un giro radical. Podemos mejorarlo, y decir que los han revisado y contado como más entretenido les ha parecido. De este modo, la película sorprende por su libreto tanto como por su realización. Nada es lo que el espectador cree que va a ver. Punto fuerte de esta adaptación.
Las dos protagonistas rivalizan en belleza, dentro y fuera de la pantalla. Sin embargo, es inevitable no dejar de sorprenderse por el talento de la Roberts. Ya no sólo por la espectacularidad de su aspecto, fenomenalmente explotado por la fotografía, el diseño de vestuario y el maquillaje; es más digno referirse al carisma que sostiene en pantalla. Vemos a una Reina graciosa, ocurrente, ácida. Recuerda -agradablemente- a las viejas glorias de Hollywood, a aquellas antagonistas absolutamente teatralizadas, histriónicas, de mirada perversa y sonrisa traicionera. Frente a ella, una niña mona, Lily Collins, que no se deja amedrentar y nos deja ver que en su actuación no es todo tan blanco con su piel, que también hay oscuridad y fuerza. No palidece en sus esfuerzos Armie Hammer, peinado y sonriente como todos imaginamos, un galán a la altura al que le toca hacer de perro muy fiel a los encantos de ambas damas, dignificando al Príncipe Encantador y satisfaciendo al público femenino. Como debe ser.
Afortunadamente, el trío protagonista viene arropado por unos secundarios colosales, paradójicamente. Nathan Lane y los Siete Enanitos. Sería un merecido spin-off, por qué no. Son las piezas que hacen que esta maquinaria funcione. Y vaya si funciona. El trazo de los siete enanos es perfecto, único. Como si les hubieran venido estos siete intérpretes de una y de golpe, sacados de algún lugar recóndito donde estuvieran escondidos y donde llevasen juntos toda la vida.
Esta revisión es original hasta tocar con las manos bien abiertas la excentricidad y un poco, incluso, el esperpento. Nos deja momentos e imágenes pintorescos y, en fin, muy aprovechables para nuestras memoria visual. No pasa inadvertida y menos aún con el inenarrable final que se clava como una daga en la historia. Como si Tim Burton hubiese poseído el genio de Tarsem Singh y hubiese querido hacer un cameo invisible, pero perceptible.
Habrá que guardarse de las libres interpretaciones y aceptarlas como vienen. Pero desconfíen, y la sorpresa será mayor.
Lo mejor: Julia Roberts, tremendamente divertida / La pringosa sesión de belleza
Lo peor: a veces es tan surrealista que confunde al personal
Nota: 7.5
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