Partamos de la base de que todo el mundo sirve para algo. Hay a quien dibujar le resulta facilísimo, a quien cocinando le vienen millones de creativas ideas y da con el gusto exquisito, quien tiene un sentido del oído desarrolladísimo y toca cualquier instrumento... Y luego está Alexander Payne.
Alexander Payne cuenta historias. Las cuenta y punto. Sin dobleces, va directo a la historia.
Nada sobra y nada falta. Los fuegos artificiales no son lo suyo. No hay más efecto especial que un gesto ante la cámara.
Los Descendientes es una película para valientes, que habla de valientes que siempre se vistieron de cobardes. O estuvieron ocupados en no ver lo que realmente eran.
La historia comienza pronto, en los 5 primeros minutos ya estás dentro de la vida de Matt King (George Clooney). Ya comprendes de qué va y cuál es su forma de vivir.
Payne cuenta un episodio importante en la vida de alguien, pero no el más importante. Vuelca su esfuerzo en que la historia sea de verdad, en que entiendas qué es lo que pasa.
King es un hombre que debe superar sus miedos, y encontrar la forma de manejar su vida. Toda su vida.
Lo que ocurre es que en la película no hay grandes puntos de giro. Hay evolución, hay transformación y se da que se destapan los sentimientos de alguien.
Con Los Descendientes, descubres.
Ya lo hizo con Entre Copas y Apropósito de Schmidt; pero con éste último film llega a lugares a donde no había llegado.
Uno se imagina que la historia, en vez de en Hawaii, estuviera contada en Chicago, y perdería sentido. Por supuesto que esto es asunto del autor de la novela en la que se basa la película, Kaui Hart Hemmings.
El caso es que no muestra la imagen de Hawaii típica, tal y como nos la imaginamos. Eso cuenta Clooney al arrancar los motores: nada de surf, playas, cócteles... Sino que estamos en una isla moderna, pero con raíces profundas. Inmersa en la tradición; y hasta eso es digno de amar en la cinta.
Habrá quien la catalogue de simple; pero así es Alexander Payne. Un hombre de detalles. Los personajes cuentan con todo lujo de matices, de brillo del que no te cansas de mirar.
Y George Clooney. Qué puede haber mejor para un director no del todo comercial, que una superestrella de Hollywood se convierta en un intérprtete de semejante categoría.
Es por esto que la película, en ese sentido, es redonda. El valor es recíproco. Clooney hace más grande el trabajo de Payne, y Payne hace colosal el trabajo de Clooney.
La combinación es perfecta y, lo mejor de todo, nada peligrosa. Todo lo contrario. Es sana, y hermosa.
Ahí encontré el adjetivo. Los Descendientes es una película hermosa. Es fácil de ver, amable...
Es transparente, porque Matt King es transparente. Es un ser tremendamente imperfecto, desastroso y, por todo ello, maravilloso.
Es una película sobre la familia. También sobre el amor, sobre todo a lo que uno tiene y ha de pelear por mantener. Es también una película sobre el mundo en el que vivimos.
No hay leeciones morales, pero sí se aprende. Esta película se debe escuchar con atención. Por supuesto, ver con los ojos abiertísimos.
El bienhacer del director, por simple que sea, se deja ver; o si no, fíjense en la carrera de Clooney o en el estéticamente conseguido y desgarrador plano subacuático protagonizado por Alex (la hija mayor, encarnada por Shailene Woodley). Detalles. La sutileza de los gestos, que en una familia significan tanto. Cuando algo sucede y no es preciso hablarlo. Sólo un cruce de miradas entre un padre y una hija es capaz de dar explicación a cualquier misterio. Y uno, sentado en su butaca, entiende ese lenguaje porque la cámara lo hace perceptible.
Sí, esta película sabe mucho sobre comunicación. De hecho, para mejorar esa premisa, diremos que es una película que:
Parte de la incomunicación, para llegar a la comunicación.
Que sigue, también del algún modo, un método inductivo: de un hecho concreto (el trágico suceso con su esposa), a un hecho general (el amor por lo que posee y debe conservar: su familia y sus raíces).
No esperen más de la película que lo que suponen que van a ver. No hay sorpresas. Tampoco decepciones. Payne, repito, es así. Sorprende por la facilidad que demuestra contando historias.
No es la película que considerarán "del año". Tal vez no reciba más premios que el de su afamado protagonista, eso sí, alejado cada vez más de los papeles facilones de galán sexy.
Sin embargo, recordarán esta película cuando menos se lo esperen. Tal vez estén sentados un día, y recuerden cuánto les gustó; qué sencillo les resultó verla. Qué agradable fue.
Así es el cine del este director. Y gracias. Sin prisas, pero sin pausas.
Tal vez lo que recuerden sea su banda sonora. Con melodías típicamente hawaianas. Relajantes, animadas, tristes algunas. La mayoría interpretadas por artistas nativos. Perfectas para un día de verano, o un día de invierno en que tengan que trabajar al irse el sol y con una bebida caliente. No importa.
Lo único importante es el sabor de boca que deja. Dulce.
De esta película sale uno un poco más maduro. Más sensato, posiblemente.
Cuando la película termina, no sientes el impulso de levantarte y aplaudir. Sucede, cuando te das cuenta de lo que has visto, que esbozas lo que podría ser una sonrisa parecida a cuando es palpable que las cosas se han sabido hacer.
Y levantas la mano amablemente, y le dices a tu nuevo amigo, Alexander Payne, que ya nos veremos, y que te alegras mucho de haberte encontrado de nuevo con él.
Lo mejor: Qué difícil es hacer que te resulte fácil de ver una situación tan dura y complicada como la del protagonista. Esta película lo hace.
Lo peor: la triste verdad que consiste en darse cuenta de que, a veces, para ser un héroe real, tienes que dejar irse muchas cosas.
Nota: 9.5
Alexander Payne cuenta historias. Las cuenta y punto. Sin dobleces, va directo a la historia.
Nada sobra y nada falta. Los fuegos artificiales no son lo suyo. No hay más efecto especial que un gesto ante la cámara.
Los Descendientes es una película para valientes, que habla de valientes que siempre se vistieron de cobardes. O estuvieron ocupados en no ver lo que realmente eran.
La historia comienza pronto, en los 5 primeros minutos ya estás dentro de la vida de Matt King (George Clooney). Ya comprendes de qué va y cuál es su forma de vivir.
Payne cuenta un episodio importante en la vida de alguien, pero no el más importante. Vuelca su esfuerzo en que la historia sea de verdad, en que entiendas qué es lo que pasa.
King es un hombre que debe superar sus miedos, y encontrar la forma de manejar su vida. Toda su vida.
Lo que ocurre es que en la película no hay grandes puntos de giro. Hay evolución, hay transformación y se da que se destapan los sentimientos de alguien.
Con Los Descendientes, descubres.
Ya lo hizo con Entre Copas y Apropósito de Schmidt; pero con éste último film llega a lugares a donde no había llegado.
Uno se imagina que la historia, en vez de en Hawaii, estuviera contada en Chicago, y perdería sentido. Por supuesto que esto es asunto del autor de la novela en la que se basa la película, Kaui Hart Hemmings.
El caso es que no muestra la imagen de Hawaii típica, tal y como nos la imaginamos. Eso cuenta Clooney al arrancar los motores: nada de surf, playas, cócteles... Sino que estamos en una isla moderna, pero con raíces profundas. Inmersa en la tradición; y hasta eso es digno de amar en la cinta.
Habrá quien la catalogue de simple; pero así es Alexander Payne. Un hombre de detalles. Los personajes cuentan con todo lujo de matices, de brillo del que no te cansas de mirar.
Y George Clooney. Qué puede haber mejor para un director no del todo comercial, que una superestrella de Hollywood se convierta en un intérprtete de semejante categoría.
Es por esto que la película, en ese sentido, es redonda. El valor es recíproco. Clooney hace más grande el trabajo de Payne, y Payne hace colosal el trabajo de Clooney.
La combinación es perfecta y, lo mejor de todo, nada peligrosa. Todo lo contrario. Es sana, y hermosa.
Ahí encontré el adjetivo. Los Descendientes es una película hermosa. Es fácil de ver, amable...
Es transparente, porque Matt King es transparente. Es un ser tremendamente imperfecto, desastroso y, por todo ello, maravilloso.
Es una película sobre la familia. También sobre el amor, sobre todo a lo que uno tiene y ha de pelear por mantener. Es también una película sobre el mundo en el que vivimos.
No hay leeciones morales, pero sí se aprende. Esta película se debe escuchar con atención. Por supuesto, ver con los ojos abiertísimos.
El bienhacer del director, por simple que sea, se deja ver; o si no, fíjense en la carrera de Clooney o en el estéticamente conseguido y desgarrador plano subacuático protagonizado por Alex (la hija mayor, encarnada por Shailene Woodley). Detalles. La sutileza de los gestos, que en una familia significan tanto. Cuando algo sucede y no es preciso hablarlo. Sólo un cruce de miradas entre un padre y una hija es capaz de dar explicación a cualquier misterio. Y uno, sentado en su butaca, entiende ese lenguaje porque la cámara lo hace perceptible.
Sí, esta película sabe mucho sobre comunicación. De hecho, para mejorar esa premisa, diremos que es una película que:
Parte de la incomunicación, para llegar a la comunicación.
Que sigue, también del algún modo, un método inductivo: de un hecho concreto (el trágico suceso con su esposa), a un hecho general (el amor por lo que posee y debe conservar: su familia y sus raíces).
No esperen más de la película que lo que suponen que van a ver. No hay sorpresas. Tampoco decepciones. Payne, repito, es así. Sorprende por la facilidad que demuestra contando historias.
No es la película que considerarán "del año". Tal vez no reciba más premios que el de su afamado protagonista, eso sí, alejado cada vez más de los papeles facilones de galán sexy.
Sin embargo, recordarán esta película cuando menos se lo esperen. Tal vez estén sentados un día, y recuerden cuánto les gustó; qué sencillo les resultó verla. Qué agradable fue.
Así es el cine del este director. Y gracias. Sin prisas, pero sin pausas.
Tal vez lo que recuerden sea su banda sonora. Con melodías típicamente hawaianas. Relajantes, animadas, tristes algunas. La mayoría interpretadas por artistas nativos. Perfectas para un día de verano, o un día de invierno en que tengan que trabajar al irse el sol y con una bebida caliente. No importa.
Lo único importante es el sabor de boca que deja. Dulce.
De esta película sale uno un poco más maduro. Más sensato, posiblemente.
Cuando la película termina, no sientes el impulso de levantarte y aplaudir. Sucede, cuando te das cuenta de lo que has visto, que esbozas lo que podría ser una sonrisa parecida a cuando es palpable que las cosas se han sabido hacer.
Y levantas la mano amablemente, y le dices a tu nuevo amigo, Alexander Payne, que ya nos veremos, y que te alegras mucho de haberte encontrado de nuevo con él.
Lo mejor: Qué difícil es hacer que te resulte fácil de ver una situación tan dura y complicada como la del protagonista. Esta película lo hace.
Lo peor: la triste verdad que consiste en darse cuenta de que, a veces, para ser un héroe real, tienes que dejar irse muchas cosas.
Nota: 9.5
Me encantó. Mucho. Y eso que ya iba con todo tu texto bien aprendido y a sabiendas de todo ello... no pude evitar, incluso, acabar llorando como una niña con la escena en la que por fin se despide de Elizabeth. Me enamoré de George Clooney y de Hawaii; de George Clooney sacando adelante a su familia en Hawaii. De su relación con Alex, de principio a fin. De cómo carga con todo el peso que tiene encima mientras los demás (amigos, primos...) le tachan de todo. Ay.
ResponderEliminarGracias por la recomendación, Almu. Me gustó mucho ir a verla con ésto leído.