martes, 31 de enero de 2012

MONEYBALL. NO SE TRATA DE GANAR

Bennett Miller es de los que se saben rodear. Empezando por sus guionistas, Zaillian y Sorkin, dos de los escritores de más talento y consiguiente éxito del mundo. Del primero, digamos sólo tres títulos: La Lista de Schindler, Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres (Fincher) y Hannibal. Del segundo, La Red Social. Háganse una idea. Pero esta película va más allá y cuenta en su cast con Brad Pitt y Philip Seymour Hoffman. Esto es una bola bien lanzada.

Aunque ya casi suene a tópico, Moneyball: Rompiendo las reglas, no es sólo una película sobre béisbol. El planteamiento parece sencillo desde un principio; sin embargo, vemos que su propósito no es sólo relatar el camino a la victoria, sino la superación colectiva y ese sentimiento tan humano: el corporativo.

Como ya pasó en La Red Social, esta película deja un mensaje bastante claro: participar activamente de algo que es más grande que uno mismo. El llegar hasta una meta y no quedarse parado. La diferencia entre una y otra es el carácter de sus protagonistas, claro está.

Estas películas me gustan por su falta de artificios o, mejor, porque sus trucos se encuentran en la interpretación, en los diálogos, escondidos en una pausa mientras alguien habla, en un gesto.
Trata bien al espectador, es amable pero intensa. No nos olvidemos de que el béisbol es un deporte rudo, competitivo sobre todo con uno mismo, hermoso. Y que, como la propia película, no se desinfla al llegar al final, sino que aumenta su emoción.

Brad Pitt parece que le va cogiendo el gusto a este tipo de papeles. Mandíbulas a fuera, pronunciación brusca, arrogancia... Permítanme que recuerde ligeramente a su Aldo "El Apache", capitán de los Malditos Bastardos. He dicho ligeramente.

Afortunadamente, a ese sentido del humor del que gozan sus personajes, le viene como anillo al dedo un compañero como Jonah Hill, en el papel del asesor Peter Brand. Tal vez un poco desaprovechado, pero mejor quedarse con ganas de más, que sentir que ha sobrado en la trama.
Son los dos papeles fuertes, y defienden la película como un dueto perfecto, en el que la voz fuerte la marca Pitt y los coros Hill.
Uno de los puntos fuertes de esta película es el humor, administrado en su justa medida; compuesto por silencios entre frase-respuesta, miradas y ocurrentes salidas de tono del director deportivo.
Lo entrañable de los personajes es, además, el trasfondo que tienen. La frustración y el trauma de Beane por todo lo que pudo ser y no fue; el amor a su hija, que coloca su rostro en una posición que no muestra más en toda la cinta; el miedo y la confianza, a partes iguales, de que algo falle o triunfe.
Que la carga dramática de la película recae casi al cien por cien sobre el protagonista es cierto; no osbtante, cada uno de los secundarios lleva lo suyo. Véase el desmoralizado entrenador, interpretado por Philip Seymour Hoffman, ese actor al que no le importa hacer papeles pequeños aún siendo reconocido por el mundo entero como uno de los mejores actores del momento. El entrenador no cree en Beane, y tampoco en sí mismo; pero demuestra creer en el béisbol.
Por lo demás, el cameo de Robin Wright, necesario para comprender parte de la mentalidad de Beane; y poco más.

Supongo que esta película está dotada de varias lecturas. Ningún visionario lo tiene fácil, esa está segura. Brad Pitt se esfuerza en cada film por hacernos ver el gran actor que en realidad es, más allá de ser uno de los (casi) cincuentones (18 de diciembre de 1963) más atracivos del mundo. Es más, nos da la impresión de que trata de ser un tipo feo en sus películas, nada refinado.

Miller dirige una película agradable y consigue que salgas del cine con una sensación de bienestar, con ganas de hacer lo correcto, de ver más allá de los límites que todo el mundo ve, para ir dónde nadie imagina que se puede ir, con tal de seguir avanzando.

Lo mejor: Los momentos de negociación de Beane y Brand.
Lo peor: Uno espera ver más de Seymour Hoffman.

Nota: 8


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